El día diez de diciembre del año en curso, fecha en que se cumplía el Sexagésimo Segundo Aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y día muy significativo en mi vida, en el Auditorio de la Ciudad de Oslo, el Comité Noruego del Nobel, un año más, se ha entregado el Premio Nobel de la Paz. El galardonado de la Paz 2010, Liu Xiaobo, ni ninguno de sus familiares han podido acudir a recibirlo. El régimen dictador de la olímpica China donde permanece entre rejas, se lo ha impedido. ¡Que vergüenza!
Sobre una silla vacía se mostraba una foto de Liu sonriente y en la silla vacía, se deposito el diploma; un gesto inusual, convertido en potente símbolo.

Es la silla vacía del invitado que esperas, del padre, de la madre, del hermano, del hijo, del amigo que se ha ido. Es la silla vacía del aula al final o a principios de curso y testigo mudo de cientos, de miles de historias, anécdotas, frases, palabra y silencios.
La silla vacía es la que muchos desean ocupar y que una vez sentados en ella, se aposentan, se apoltronan, se instalan como si de una mutación o simbiosis se tratara y desde la cual cotejan solo al frente y no mucho más allá de lo que le alcanza el sustentáculo de sus antiparras.
Si la “Silla rota”, diseñada por el artista suizo Daniel Berset y realizada por el carpintero Louis Genéve es el monumento a la paz mundial de Ginebra, bueno seria tener una Silla vacía como monumento al recuerdo de todos los que se han sentado al lado o frente a nosotros. Este es mi sencillo homenaje y recuerdo a ellos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario