Estamos
en los albores de un año electoral por excelencia. Los ciudadanos seremos
convocados a las urnas en más de una ocasión y esto motiva tal barullo de
encuestas, dimes y diretes que lejos de esclarecer, enturbia el pensamiento y
la reflexión de muchos.
Seguimos,
aunque algunos lo nieguen, inmersos en una crisis, de corrupción, de economía,
de identidad, de trabajo, en la sanidad, en la… incluso en los propios partidos
políticos aspirantes a ocupar los puestos de representación a los que son
llamados en las venideras elecciones.
Los
políticos parecen un tropel de gente intentando pasar por una puerta estrecha
para alcanzar la calle. Ese empujar para pasar yo, es una lucha por el poder
que incluso ejercitan también los que dicen que no quieren el poder sino servir
a los ciudadanos, quienes prometen que no están en la política para enriquecerse.
Todos
los que en la actualidad regentan la autoridad se transforman en censores de
los otros, vilipendiándolos, deshonrarlos,
menospreciándolos, y se afanan en hacer aquello que durante el periodo de
gobierno no han hecho e incluso, si es preciso, se cambiarán de partido como
quien se cambia de chaqueta.
No
percibo, en la política, la autocritica, solo percibo vanidad, la
descalificación del oponente, la soberbia necesidad de cumplir una ambición
para la que uno y otros se sienten dotados, de tal manera que no consideran que
el rival, incluso el rival entre los suyos, pueda ser mejor o más conveniente.
Cuidado
con los chaqueteros, oportunistas, falsos, traidores, renegados, prófugos,
tránsfugas, deshonestos, aprovechados, apocalípticos… impuestos más por
dedocracia que con democracia.