miércoles, 19 de agosto de 2009

FIN DE CURSO

En estas fechas apenas si se recuerda que se ha concluido un nuevo curso escolar y en que las escuelas, se suele celebrar un acto académico en honor a los que terminan una etapa de sus estudios. Para mi ese decir adiós siempre me resulta emotivo, pensar en el día que empezaron y verlos ahora como han crecido, como se han superado, como me han permitido contemplar y compartir todo lo bello y hermoso que hay en ellos, me conmueve a pesar de los años.
Los discursos, las palabras, las alocuciones en estos actos se suceden y hasta aquí traigo las que en nombre de los profesores de la escuela donde trabajo, se pronunciaron en tan emotivo acto.
Do, re, mi, fa, sol, la, si…son las siete notas de la escala musical. Añadiéndole las cinco notas alteradas restantes, agregándole el silencio… estos pocos elementos son la materia prima de toda obra musical. Realmente, parecen bien pocas cosas, al igual que la combinación de los colores, las líneas, el juego de luz y de sombras son las materias con las que se elabora una creación pictórica. Que fácil ¿verdad?, que fácil parece todo. ¿Cómo es posible que con tan pocos elementos pueda surgir una sinfonía, una canción, una pintura, un retrato?. En realidad de los elementos en si no nace nada, la materia no es nada sin el alma del creador, no es nada sin la mente humana que le da sentido, que la organiza, la trabaja, la adapta según su particular visión. Aquí radica lo que parece un milagro de la obra musical, de la obra artística.
También es un milagro y aun mayor la existencia de todos nosotros, todos compartimos una tipología que nos hace podernos distinguir como seres humanos dentro del universo de la creación. Podríamos decir que somos la obra o el ser más perfecto de la creación y curiosamente de los millones de humanos que poblamos la Tierra no hay ninguno igual a otro, ni los mellizos o gemelos son iguales. Todos compartimos el mismo material físico o químico, si se puede llamar así, pero todos somos una única y excelsa melodía, todos somos una obra única, una irrepetible creación.
El ajetreo cotidiano, el ir y venir precipitadamente, la abstracción, la burocracia, no nos permiten contemplar la obra, oír la melodía propia o ajena, disfrutar de la persona que nos acompaña o esta próxima o distante de nosotros.
Es obligatorio que hagamos el silencio que nos permita sentirnos mutuamente, es necesario que nos sepamos parar a mirar, a contemplar la obra que somos cada uno de nosotros, cada uno de cuantos se cruzan en nuestro camino o con quienes convivimos a diario.
Cada uno de nosotros es único, irrepetible y sobretodo y a pesar de lo que popularmente se dice y quieren hacernos creer, cada uno de nosotros es insustituible e imprescindible.

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