viernes, 27 de julio de 2012

MIL BESOS, ¡AY!, ME DABAS…


Cuando hoy, 27 de julio, me ha sonado el aviso de que era el cumpleaños de mi amigo Juan, lo he detenido sin necesidad de mirarlo porque su recuerdo, su ausencia están muy presentes en mí, hoy ya no puedo felicitarlo, pero sigo recordándolo.
A la vez, he constatado la coincidencia de la fecha de su cumpleaños y el fallecimiento de mi madre en aquel caluroso día estival. La vida y la muerte, ambas caminan de la mano y vivimos ajeno a ello pero no ajeno al recuerdo de personas tan queridas y que están ya ausentes.
Aquel día, como los otros que viví en el hospital, contemplé desde la ventana el mar que se dejaba ver a lo lejos pero que me permitía ver las olas que se iban llevándose una a una la esperanza de ver abrirse aquellos ojos que tanto me habían mirado. Con la esperanza de que aquellos ojos, aquel cuerpo casi inerte, volviera a la vida.   
El recuerdo de la persona que más me ha querido en la vida es constante y lejos de entristecerme me reconforta y me lleva a pensar en tantos momentos vividos, en tantas cosas compartidas. Pienso en aquellos besos apresurados en la frente, para despertarme, que inauguraban sin remedio la mañana y ella con su ir y venir por la casa le arañaba al tiempo los minutos para prepararnos lo mejor posible el inicio del día y dándonos mil instrucciones antes de irse a trabajar.
Me resulta inolvidable su enseñanza de los versos de Espronceda (A mi madre)  que apuntan:
Mis caricias pagaste con exceso,
como pagan las flores al abril;
mil besos, ¡ay!, me dabas por un beso,
por un abrazo tú me dabas mil.
y así recuerdo esos versos y sus besos, cuando ya en anciana edad, me despedía de ella tras unas horas de visita, por cada uno de mis besos ella me daba mil mientras me repetía: “Cuando llegues llámame”.
Si, mama, te llamé y te sigo llamando ahora aunque ya ninguna voz responde.

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