Un
día pensé que la ética está en decadencia, tan en decadencia que se puede
llegar a justificar o hacer caso omiso por la muerte de un ser humano dependiendo de su
raza, color o religión y de quien sea el ejecutor. Algunos a esto le llaman misantropía,
racismo, xenofobia o lo que puede parecer igual, mirar hacia otro lado, aunque si se
pregunta a alguien por lo general negará que él sea o tenga miedo, hostilidad, rechazo
o animadversión hacia determinadas personas. Si, por supuesto, que las palabras
misantropía, racismo, xenofobia, no son sinónimas, pero tienen algo en comun,
el rechazo o indiferencia hacia determinados seres humanos.
Este rechazo, esta
indiferencia, este mirar para otro lado, es lo que me parece percibir en el
incansable conflicto entre Palestina e Israel que conlleva el asedio de Gaza
que ha sido declarado como inhumano, ilegal e insensato. Es un asedio medieval
en pleno siglo XXI pero que, al parecer, no preocupa a muchos aunque está en
juego la vida de miles de personas empobrecidas, aisladas, ignoradas y despojadas
de sus más elementales derechos, que solo parecen existir cuando a esa
miserable forma de vida se añade el bombardeo del ejército de Israel.

La situación de Gaza es
ilegal porque el Derecho Internacional prohíbe que se tome a la población civil
como rehén, se exija que abandonen sus hogares, se exige que huyan abandonando
lo poco que poseen. En ese huir no solo pierden sus paupérrimos bienes sino que
incluso pierden la vida.
La realidad en Gaza es
insensata, contraria a la más elemental de las razones, creer que “el ojo por
ojo y el diente por diente” con una respuesta a los ataques de los llamados “terrorista”
pondrá fin al conflicto. Ataque que son mucho menos cruentos que los que
prodigan los israelíes, a quien no se les llama terroristas, aunque siembran el
terror y el pánico entre la población civil asediada haciendo aumentar el odio,
el rencor, la venganza entre una población donde unos niños enfrascados en la
playa, en sus juegos callejeros, cuando celebraban
un gol, unas bombas suspendían el partido, sus ilusiones y sus vidas mientras
nos preguntamos, ¿hacia donde miramos?, ¿hasta cuándo?
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