lunes, 14 de marzo de 2016

LA PARED BLANCA

Cansado y sólo, a la vez que acompañado, me siento en el sofá y frente a mí la pared blanca de la estancia, esa pared desnuda de todo cuanto durante días me impedía verla completamente, enteramente blanca. Miro hacia ella y el sol de la tarde gélida de invierno reverbera sobre el blanco, dando la sensación de que la estancia hoy está más iluminada que en otras ocasiones, hasta el  vacio le da luz y blancura.
Frente a mí, esa pared blanca se me muestra como una pantalla de cine, de aquellos cines de antes y, mientras miro pienso, me imagino y erijo en el protagonista de esta historia que se proyecta en la máquina de mi mente, de esas historias vividas en este lugar, en este piso hoy vacio y las secuencias de imágines percibo que se plasman en la pantalla de la pared blanca. Algunos fotogramas pasan pronto, otros me permiten recrearme y vivirlos como presente, incluso con banda sonora.
Cuantos días, cuantas horas de recuerdos, de conversaciones con mí pareja, con los hijos, con las familias que han pernoctado con nosotros, de los amigos que han venido de visita, de las comidas o cenas familiares en las que hemos alzado las copas para brindar por los buenos momentos. Palabras, soflamas, lágrimas, sollozos, carcajadas, sonrisas, retozos, canciones y cantinelas, esperas, despedidas, besos, abrazos, apretones de manos… se muestran en mi mente, mientras pienso en todo lo que aquí hemos vivido y que el tiempo borra o perpetúa una vez más en mi memoria.
Cuantos días, cuantas horas de recuerdos y ahora toda una historia archivada, libros, cosas, utensilios, ropa, enseres, todo recogido, todo guardado, todo empaquetado y puesto a buen recaudo mientras que otros efectos, cachivaches y cacharros, esos que quizás hace tiempo que no usaba, esos que guardaba como un recuerdo o por desidia, han corrido la suerte de ser abandonados en las basuras para provechos de otros que se afanan en recogerlas para darles el empleo que yo no les daba o mercadearán con ellos para arrancar unas monedas que les permitan la supervivencia.
Después de un tiempo, mientras transito por la remembranza, desprendía mi alma su quebranto insaciable engendrada por el recuerdo, el silencio, la soledad, el aislamiento del momento mientras percibía como mengua el bullicio de la calle y se extinguía la poca luz que iba dejando pasar tras los cristales el ocaso de la tarde, ese momento, en que el día se adormece lentamente y sin palabras, nos entibia el alma para mostrarnos las estrellas encendidas que se dispersan por el negro cielo dejando un hueco para que la luna se asome.
En la casa, antaño ocupada hoy vacía, y frente a la pared blanca descanso en silencio y se desvanecen los recuerdos cuando paso una nueva página de mi vida después de haber leído con atención las anteriores cargándome de esperanza.

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