Sostengo como máxima, regla o principio: “el esfuerzo
siempre tiene su recompensa”. Y así lo he ido obrando a lo largo de mi vida.
Esta Máxima la he confirmado y vivido, una vez más, a partir de advertir las imposibilidades que
me produjo el ictus que padecí, apenas hace un año. El verme aquejado de
inmovilidad y dependiente de todos para desarrollar las actividades más básicas
del ser humano, me propuse esforzarme en conseguir, con la ayuda del Altísimo y
de mis seres queridos que siempre he tenido a mi lado, el volver a recuperar mi
autonomía para todo, y así empecé a caminar sin ayuda de ningún medio como bastón,
muletas ni andador, y, poco a poco, poder valerme por mi mismo en las acciones
más primordiales y necesarias. Hoy he vivido una nueva experiencia. Cuando
paseaba junto al mar y el frio del agua ha despertado en mí el deseo de poder
nadar y así poder constatar que mi recuperación física es notoria, por no decir
total. Poco a poco he ido dejando que
las olas me fueran empapando hasta que por fin me he zambullido en el
agua y he dado unas brazadas que me han evidenciado mi recuperación física. El
sentimiento y sensación que he sentido al salir por mis propios medios del
agua, al igual que había entrado, no sé describirlos con exactitud absoluta,
pero sí que deseo dejarlos reflejados en estas premiosas palabras. También creo
que es razonable y necesito expresar mi
máximo agradecimiento a todas las personas, no solo familiares y allegado sino también
los profesionales sanitarios, en específico fisioterapeutas, que
día a día han estado a mi lado
alentándome para no desfallecer en esta lucha y afán de superación que con la
ayuda del Altísimo hoy constato que ha valido la pena y aun estando bien no
dejaré de esforzarme para ser el que siempre he sido, un asiduo lidiador. Las palabras que busco no las hayo o no
existen, pues mi agradecimiento
hacia todos y tantos no tiene comparación, ni palabras que lo expresen.
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