sábado, 27 de julio de 2019

PARA MAMA

Hoy vuelve a mi mente aquel día, que al igual que los otros que viví en el hospital, junto a mi madre, contemplé desde la ventana el mar que se dejaba ver a lo lejano pero que me permitía ver las olas que se iban llevándose una a una la esperanza de ver abrirse aquellos ojos que tanto me habían mirado. Con la esperanza de que aquellos ojos, aquel cuerpo casi inerte, volviera a la vida, tome sus manos en las mías y recordé las muchas veces que aquellas manos me condujeron en mi vida. Manos suaves y arrugadas por el paso del tiempo, el duro trabajo pero fuertes, enérgicas y expresivas: reflejo de su personalidad inquieta. Manos sensibles, cariñosas firmes y sinceras siempre a punto para ayudar a los suyos, sus sobrinos, sus nietos, a los que siempre hizo llegar su cariño. Manos siempre limpias, pulcras e impecables como toda ella. Sus dedos largos y firmes. Aunque ya temblorosos, eran hábiles con la aguja e inseguros con la caligrafía que nunca le quedaba tan perfecta como a ella le hubiera gustado. Aquellas manos, siempre bien cuidadas reflejaban una mujer apasionada y estricta. Aquellas manos me acompañaron durante la vida y me
guiaron para aprender a escribir, a trascribir con aquella perfecta caligrafía de letra grande y segura, que ella tenía. Primero me guio con el pizarrín y una pizarra. Posteriormente con lápiz en los cuadernos de caligrafía y finalmente con tinta en cuadernos rayados. Siempre me fijé en aquellas manos y hoy, Cuánto daría por una nueva caricia de sus manos, cuanto desearía tenerlas entre las mías una vez más.

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