LEYENDA DE ESTRELLAS
Cuenta una
antigua leyenda de los sumerios que un lugar ubicado entre las explanadas
aluviales de los ríos Éufrates y Tigris había una serranía de verdes montañas
desde las que manan riachuelos y arroyos consagrados a Erido dios de la
beneficencia, controlador del agua dulce. En las laderas de esta serrania se
alzó un poblado Arrajup en el que una virgen a quien llamaban Feraleg,
consagrada al dios del cielo Anu, fue tomada de la mano de Enlil, dios del
viento, quien la llevo hasta lo más alto de las nubes soltándola para que
cotejara los pueblos desde lugares de preeminencia.
Relatan los
astrónomos de la época , que aquella doncella anduvo volando por el nimbo
remontándose hacia las alturas y transformándose en una estrella casi
imperceptible a los ojos humanos.
Estrella a
la que alumbraron con su cambiante luz, su varios cielos, solsticios,
equinoccios, eclipses, auroras, amaneceres y ocasos. En sus andaduras por los
cielos se detenía en el horizonte y le gustaba verse reflejada en los lagos y
ríos de donde procedía. En su tránsito por el firmamento encontró un sol a cuya
órbita se unió i posiblemente de la implosión de ambos emergió un lucero blanco
como los copos de la nieve, resplandeciente como sus progenitores y junto a
ellos dentro de sus orbitas y siguiendo el deambular de quienes le alumbraban
por las regiones celestes.
Eran envidia
de las Pléyades, las Nereidas de Hero, o Mérope. Su luminiscencia peculiar, la
hacía diferente a las estrellas del cielo del norte, que de por si son
diferente a las estrellas del cielo del sur.
Un
cataclismo celeste, torno negro el resplandor del firmamento y muchos de los
astros, soles, lunas, estrellas, luceros y cuerpos celestes desaparecieron y
cuando nuevamente el sol ilumino el día y la luna las noches se evidenció que
la hecatombe dejo a la estrella y al lucero sin su sol protector y inmersos en
un profundo lloro cuyas lagrimas se transformaron en diminutos puntos luminosos
que quedaron desparramados por la vía láctea trazando el camino que la estrella
recorrió en su solitaria andadura.
El par de
astros, lucero y estrella, merodearon por el firmamento, de una constelación a
otra. se acercó a Casiopea, estuvo cerca de Pegaso, se arrimó a Lupus, se
avecinó a Aries, pero no encontró el resplandor, ni la luz, ni el calor que
andaba escudriñando.
Narra la
leyenda, que en un momento de la traslación por el firmamento, la estrella se
topó con un ángel. Ángel de los que forman las cortes angelicales que se
acercan a las estrellas para favorecerse de su luz, escarmenan las cabelleras
de los cometas, explayan y acopian el bordado de estrellas en las noches de
luna nueva, encienden y dan brillo a las auroras polares, pintan los colores el
arco iris, o asistir y servir a los que requieren su ayuda.
La
convergencia de ambas mitológicas entelequias, facilito el que el ángel buscase
en las alturas, un lugar de cobijo y aposento de la estrella y su lucero.
Pero el
ángel desaparecía y aparecía, quedaba en silenció pero consciente de su obligación,
pedía disculpas por estar tantos días en silencio, asegurando que el
silencio no era por olvido. Le explico que, a veces, “los ángeles” suelen batir
tir las alas y se van por el espacio infinito volando de un lado para otro,
viendo desde lejos el nacer y ponerse de cada día, remontan el vuelo, se lanzan
en picado sobre las nubes, juguetean en el infinito pero siempre tienen en el
pensamiento a las estrellas a las que un día acompañaron por el
firmamento para hacer algo más llevadero el camino, que al igual que los de la
tierra tienen sus baches, socavones, planicies, montículos e incluso con
alfombra de flores o hierba verde y fresca que al sentirla bajos los pies
parece que uno no camina, levita y toma impulso para la etapa.
El ángel
recobró su obligación, y con su batir de alas llegaron a contemplar conjunto
de estrellas que no se ocultan jamás en el hemisferio Norte, los sabios y
neófitos, astrónomos y estudiosos han creído ver en ellas objetos muy
diferentes. Los griegos lo llamaban "El carro"; los antiguos galos,
"El Carro de Arturo"; los norteamericanos, "El Cazo"; los
ingleses, "La Carreta de Carlos", o "El Oso Grande".
La leyenda
narra que en su situación en el cielo, forma un carro por la forma que dibujan
sus siete estrellas principales tres ,de las cuales forman el brazo del carro,
siendo la del medio la más brillante y de nombre Mizar. Mizar ocupa el lugar
del corcel níveo que arrastra el carro. El ángel observo que el palafrén blanco
carecía de jinete y hasta su montura llevo a la estrella se acomodó en su
montura y se le bautizó con el nombre de Alcor y que solo es perceptible para
un observador muy atento.
Desde hace
milenios de períodos, el poder distinguir a estas dos estrellas a simple vista
constituye un ejercicio clásico de agudeza visual. Físicamente las dos
estrellas están separadas, aunque sus movimientos propios indican que se mueven
juntas con luminosidad sin igual, transfiriendo la una a la otra, todo cuanto
les da vida, grandeza, gloria y resplandor e irradiación
Es solo una
leyenda, una de las muchas de historias de estrellas y mundos de ficción que se
pueden leer y hacer pensar a quienes en el bastidor de su mente tejen bordados
de soledad con hilo de recuerdos enhebrados en aguja de nostalgia.
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Es solo una
leyenda, una invención que se me ha ocurrido en un momento de ingenioso tedio.
Gracias por leerla
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