miércoles, 17 de diciembre de 2008

MEMORIA HISTÓRICA

Me sorprendo al constatar en los medios de comunicación cuantas personas entienden de tanto, de todo y sin desenfreno los medios de comunicación de nuestro país lo hacen público. Yo cada día constato más que no entiendo de casi nada y menos sobre la justicia, los jueces y el poder judicial de nuestro país, por eso, y ante la tan traída y llevada “MEMORIA HISTÓRICA” he leído el siguiente artículo que aunque es extenso invito a leerlo. Para saber más y mejor de su autor sugiero buscar en Google. ÁNGEL GONZÁLEZ QUESADA
El entusiasmo -tal vez el alivio y seguro el aplauso- que en la derecha social y política de este país ha provocado la renuncia del juez Garzón a seguir la causa contra los crímenes del franquismo, ha sido compartido por la no disimulada alegría de muchos ciudadanos, no significadamente políticos, que parecen haber respirado tranquilos en el momento de advertir que nuestro pasado reciente va a seguir, como estaba, enterrado en el olvido. Las frontales resistencias, obstáculos y negativas a que se arroje luz sobre la dictadura franquista, compartidas por millones de españoles de toda condición, dan noticia de que existe un muy generalizado deseo de no volver la vista atrás, señal inequívoca de que el franquismo ha ganado su última batalla: la de la impunidad (nada nuevo: hace dos mil quinientos años, la representación en Atenas de un drama de Frínico en el que se recordaba la toma de Mileto, vergonzosa derrota para los atenienses, fue respondida por el público con una multa de mil dracmas al autor, por haber tenido la osadía de recordar a la ciudad sus males propios). Se ha repetido hasta la saciedad que ningún futuro será mínimamente robusto si no parte del conocimiento del pasado, pero esa lección se ha convertido sólo en propuesta teórica jamás introducida en la dinámica educativa y de formación -e información- de un país que parece haber fijado su año cero histórico en el de la aprobación de la actual Constitución, y la totalidad de su desarrollo institucional democrático en los pactos, acuerdos, renuncias, cesiones y compromisos de una llamada transición que no fue más que un urgente harapo con que cubrir nuestra total desnudez de entonces, y que ahora quiere verse como traje de gala para la fiesta del por siempre. Además de los intereses directos que el inmovilismo reaccionario alberga para no destapar los malolientes pozos de la represión franquista, donde bullen las miserias de demasiadas falsas dignidades; además de la disolución de responsabilidad que algunas magnas instituciones buscan para no enfrentarse con sus culpas, anuencias, complicidades y bendiciones al franquismo que desvelarían demasiadas hipocresías; además de la innegable admiración que muchos políticos, cargos institucionales o responsables públicos tienen por la dictadura franquista, su autoridad, su esencia, sus imposiciones, sus venganzas, sus símbolos, sus batallas y sus cristos colgados de las paredes, que no dudarían en repetir a la mínima oportunidad, existe un franquismo sociológico de calado vital, instalado en cientos de miles de personas, que se alimenta tanto del miedo como de la parálisis mental, de la ignorancia y del posibilismo, de la comodidad, el egoísmo personal, las grietas del cainismo y, por qué no, de la pura sumisión, que genera el rechazo a cualquier intento de análisis, desvelamiento o juicio del pasado, que desprecia los intentos de clarificación o eliminación de símbolos y que, automáticamente, se alinea, sin interés concreto pero sirviendo a quienes sí lo tienen, con la sola fe del carbonero y una irreflexión estremecedora, con esa perversa devoción por el olvido que igual dispara leyes que desprecios. El deber del recuerdo es un imperativo moral que nos debemos y que no tenemos derecho a negar a quienes nos sucedan. La memoria es un valor de la libertad. La justicia, una necesidad. El conocimiento de la historia, un deber. Negarlos, negárnoslos, es menospreciarnos, abaratarnos, reconocer nuestra impotencia y nuestra sumisión. Y es también ofendernos, engañarnos, mentirnos. La meta de la educación nacionalsocialista era eliminar la memoria, aniquilar el recuerdo y con ello crear sobre una tabula rasa el hombre nuevo. La misma que la de la cruzada nacional-católica que nos hundió en el terror en aquel corazón de las tinieblas del que apenas hoy atisbamos la luz. No nos merecemos eso. Ni ciegos ni mudos ante nuestra propia historia. El futuro necesita el recuerdo. El futuro no es posible sin la cultura del recuerdo, sin la enseñanza de la historia, sin una formación que se entienda como participación en la memoria. Por eso es preciso hablar, escuchar, desenmascarar a los manipuladores, denunciar a los cómplices, nombrar a los verdugos, saldar cuentas, juzgar a los culpables, honrar a los héroes, buscar la verdad donde la verdad se halla: en la historia, en la realidad, en las cunetas. ÁNGEL GONZÁLEZ QUESADA. Totalmente de acuerdo con este articulo, creo que no tiene desperdicio ni demagogia.

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