Hoy,
con el país revuelto toca ser padres además de abuelos. Hasta hace unos años se
disfrutaba de una vejez más o menos tranquila porque acostumbrados a sobrellevar
penurias en la niñez y en la juventud, esta España moderna era como el paraíso
y pasaron a llamarse “personas de la 3ª edad”. Un ex presidente, los monto en
los autobuses del “imserso” y promovió leyes para que no se tuvieran que pagar
las medicinas, tan consumidas necesarias y precisas a ciertas edades. En los primeros
años del siglo XXI, algunos incluso viajaron al extranjero, allí donde habían
sido emigrantes en otro tiempo ya lejano. Anualmente su paupérrima pensión se
veía aumentada en ínfima cantidad. Todo transcurría más o menos bien, los hijos
trabajando, con coche e incluso, con “segundas residencias” para los fines de
semana, fiestas de guardar y las vacaciones. Algunos de los nietos habían llegado a la universidad y
“tenían estudios”, y eran ellos, los abuelos, los que lo decían con gran
orgullo mientras juntos envejecían en un pisito y con un saldo en la “libreta”,
que nunca había sobrepasado las cuarto cifras (en €) pero era su gran fortuna y
resultaba suficiente para dos ancianos que comen poco, son austero y se
conforman con lo que tienen. Otros, junto con la tristeza de la viudez
decidieron llevarse sus fotos, su “libreta”, su pena y su melancolía a una “residencia
para la 3ª edad” (antes asilo).
Resignados
en su soledad y añorando las manías, los pros y los contras de quienes les
habían acompañado y dado toda una vida, para sus adentros se decían:
“No
quiero cargar con obligaciones a los hijos, ellos ya tienen bastante con lo que
tienen, para que endosarles con la responsabilidad de cuidar a un viejo”.
“El
piso es pequeño y necesitan una habitación para que estudien los niños, mis
nietos”.
“Aquí
entrego mi paga y estoy atendido, necesito tan poco”.
Y
en esto estaban nuestros mayores cuando por el transistor que tenían debajo de
la almohada y oían a hurtadillas, oyeron
decir a un ministro del psoe que nada de “crisis” que tan solo era una
desaceleración económica que estaba provocando una caída del consumo pero que
el gobierno rectificaría con un plan de ajuste para volver a la vía del
crecimiento. Ni ellos ni el resto de los ciudadanos se estaban enterando de que
lo que realmente pasaba era que la cosa se iba a poner fatal.
Ante
esta situación muchos decidieron votar a quienes prometían soluciones pero
nuevamente el transistor dejaba oír la voz de un ministro de economía, esta vez
del pp, quien decía que era imprescindible un plan de ajuste para conseguir
reactivar el mercado, lograr el
equilibrio presupuestario, que aumentaran los impuestos que gravan el
consumo, bajar el déficit, la prima de riesgo, ¿la prima de quien?. En resumen
con ese lenguaje nadie entendía nada. Claro que empezaron a entender al
ministro cuando se hablo de bajar las pensiones, subir la luz, la comida, el
butano, hacerles pagar algún eurito por las pastillas para el colesterol o la
tensión, nada cuatro recortillos de nada para recuperarnos, crecer y ser otra
vez felices, prometió el presidente de turno. Y seguían preguntarse, ¿felices,
quiénes, ellos o nosotros?.
En
estos días muchos abuelos que vivían tranquilos en sus pisitos han tenido que
abrir sus puertas a sus hijos desahuciados y a sus nietos desilusionados y en
paro. Saben que esta vez no vienen de visita pues arrastran sus maletas, sus
derrotas, sus desilusiones y sus lágrimas.
A
otros abuelos los han sacado a pasear de la residencia pero antes le han pedido
que recoja sus cuatro fotos, su melancolía y que no olviden su libreta porque
vuelven a vivir con la familia.
Entre
los actores de la crisis, los abuelos, están interpretando el papel de héroes,
son los protagonistas. Muchos han acogido nuevamente, en el pisito, a sus hijos
y con sus ridículas pensiones se han convertido en el único sostén de la
familia. Cuando hace unos años bailaban pasodobles, valses y popurrís llenando
las residencias veraniegas de las costas del país no imaginaban que volverían a
ser padres además de abuelos en un presente sin futuro.
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