Como viene siendo
habitual al final de ferias, fiestas y celebraciones, la oscuridad de la noche
se ha visto sorprendida y rota por el fugaz resplandor de los fuegos
artificiales. Su estruendo y las admiraciones de los presentes ha invadido el
recinto donde se ha celebrado el festejo.
Y como viene siendo
habitual así ha sido el final de la Feria del Caballo en Jerez.
Feria que como viene
siendo habitual, ha tenido sus adictos y detractores, sus pros y sus contras,
sus novedades y clasicismos y su inconcreto, una vez más, número de visitantes.
Todo cuanto esta feria
ofrece es variopinto, clásico, peculiar, diferente y donde los niños y menos
niños tienen sus "cacharritos" con días de precios especiales,
"anticrisis" les denominan algunos. Todos pueden disfrutar de las
casetas que ofrecen refrigerio, viandas y música propia de feria o variada que
anima a no pocos a demostrar sus artes de "bailaor".
Desde el patio de la
caseta se puede cotejar el ir y venir de los visitantes mejor o peor ataviados
para la ocasión, paseando y deambulando por las calles de albero entre el
cortejo de caballos y carruajes que ponen una señal de identidad propia, un
colorido vistoso y un aire de tipismo local mientras una nube de polvo invade
el lugar.
Esta Feria del Caballo, declarada
de Interés Turístico Internacional, surgió a partir del comercio equino en la
edad media, en el que los ganaderos se reunían para cerrar tratos. Durante la feria
es relevante constatar como la ciudad se transfigura y brinda un ambiente único,
además de una relevante actividad hípica que traspasa el Real y que invita a
visitar a deleitarse con la elegancia de determinados ejemplares equinos.
No ha faltado multitud
de concursos propios de estos eventos, y son de gran relevancia y belleza las
exhibiciones de caballos cuyos jinetes, al son de la música, hacen que el
caballo se mueva con elegancia singular.
Los Enganches llevados
por su cochero y lacayo dan vueltas por el recinto ante los atónitos ojos de
cuantos contemplan una excelente exhibición, donde alternarán “pitters” con
“faetones”, o “landós” con “arañas”, que lucirán sus engalanados pescantes, sus
impolutos y brillantes faroles dorados o plateados; que hasta en las masas de
las ruedas evidenciarán hasta qué punto se atiende el detalle; que llenarán el
aire con el multicolor de los bodages amarillos y rojos, verdes, azules y
blancos...
Muserolas y cinchas,
amarres y bocados, monturas amugas, percheros y cabezadas, galápagos, monturas
vaqueros jerezanas portan los equinos mientras cascabeles y campanillas entonan
la mágica melodía que contagia y alegra el recinto, donde crecen los
espectadores que admiran los caballos que revelan orgullosos su estirpe, lucen brillante capa y llevan crines y cola
lisas o trenzadas.
Cuando el último resplandor
del último cohete se disipe en la noche oscura, instantes después nos llegara
el ruidoso estruendo que nos avisara del fin de la feria y todo volverá a la
cotidianidad.
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