A muchos nos gusta la Navidad, pero la
idea de vivir esos días, de que lleguen esas fiestas, nos asusta, nos provoca
ataques de ansiedad, stress, agobio, melancolía, euforia, un algo difícil de
explicar pero que sentimos en el interior.
Sentimos que nuestros actos en estos
días son a veces actos reflejos, tics, costumbres, tradiciones, y año tras año
se vuelven rutinas. Vuelven las prisas, las planificaciones de comidas de
trabajo, de amigos, de familia. Te paras, piensas y adviertes que no puedes
estar con todos ni satisfacer a todos porque es Navidad.
Solemos decir “feliz Navidad” al salir
de cualquier sitio, sea del lugar de trabajo, el bar de siempre, una tienda del
barrio o a la dependienta de los grandes almacenes.
Solemos decir “feliz Navidad” al
vecino que tantas veces encontramos por las mañanas bajando en el ascensor y
que nos molesta que se pare siempre en el cuarto piso para que entre él, que
apenas mira y, balbucea unos sonidos guturales que interpretamos como si dijera
“buenos días” y a los que respondemos entre dientes y sin forzar la voz.
Solemos decir “feliz Navidad” a la
señora que cada mañana y a la misma hora está tirando por la alcantarilla de la
acera, el cubo de agua sucia después de haber limpiado, fregado con pulcritud
extrema un portal que todos pisan mientras ella está fregando pacientemente.
Solemos decir “feliz Navidad” al llamar
por teléfono, mandar un mensaje o un wassap a los amigos del cole, de la
facultad, del anterior trabajo, a los hermanos, los primos, los hijos de los
primos y demás familia a la que durante el año parece que ignoras, la recordamos,
pero con la que no solemos comunicarnos.
Solemos decir “feliz Navidad” mientras saboreamos la comida típica de
Navidad escudella i carn
d'olla, o sopa de galets y canelones, o ese marisco previo a la
pata de cordero asada, el besugo al horno o la merluza a la vizcaína y no sabemos
bien porque ese día se prepara tanta comida y se come menos mientras se bebe
con o sin mesura brindando a cada trago por los presentes y ausente. Tragos que
permiten ingerir inconscientemente unos postres dulces propios del momento que tomamos
mientras compartimos charlas que apenas escuchamos y rápidamente olvidamos.
Solemos decir “feliz Navidad” en el interior de nosotros mismo, en el
silencio que nos brinda la mañana, la tarde o mientras Morfeo nos invita al
descanso. Navidad que nos hace pensar que el haber sentido tristeza, permite
conocer la felicidad. Que necesitamos ruido para valorar el silencio. Que en
estas fechas, tal vez más que en otras vivimos, sentimos, constatamos las
ausencias, lo cual, permite valorar más las presencias.
Yo digo FELIZ NAVIDAD con el sincero
deseo de que en estas fechas en que, la memoria del renacer de un pequeño
niño, sea
para todos, tiempo de reconciliación, de felicidad, de compartir, de paz, de
amor y de esperanza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario