viernes, 21 de febrero de 2014

MI RECUERDO A ANTONIO MACHADO



Hace tiempo visité en la Costa Azul francesa, la villa de Colliure en parte, con la intención de conocer los rincones en los que Machado vivió y como otros viajeros, estuve ante su mausoleo. La tumba hace honor a como fue este hombre: sencilla, sobria, discreta, un lugar para volver al polvo.
Su poesía muestra una honda palpitación del espíritu, un hablar con el corazón, la expresión íntima de su sentimiento personal, es el diálogo del hombre, de un hombre con su tiempo, de un hombre andaluz, viajero, caminante, maestro, sobrio, nostálgico, triste y enfermo, nos dejó un legado literario de gran valor.
Que poco puedo yo decir de Machado. En mi época de estudiante formaba parte de la lista de escritores prohibidos y en los inicios de mi edad madura, si es que hay edad madura, aprendí de su Antología Poética versos que recuerdo y que tantas veces en silencio he repetido encontrando en cada verso, en cada palabra ese buen hacer del gran poeta.
He rememorado los recuerdos de mi infancia, sin patio ni limonero pero rodeado de campos en flor y de fríos inviernos.
He sido niño que he soñado un caballo de cartón, vivido  la alegría de dar vueltas sobre un corcel colorado, en una noche de fiesta.
En el revolotear de las moscas he visto a las pequeñitas, revoltosas, inevitables golosas, que ni labran como abejas ni brilláis cual mariposas y que tantas cosas me evocan.
He viajado en vagón de tercera y al ver aquellas uniformadas monjitas he querido observar su mirar divino bajo su cofia de lino.
He contemplado al Cristo de los gitanos y pedido una escalera para subir al madero y quitarle los clavos a ese Jesús del madero
He visto por las tierras de Soria, en campos de Castilla, el olmo herido, los encinares castellanos en laderas y altozanos que el joven Duero rodea mientras cae la tarde sobre los campos vestidos de estío y el cielo se pinta de constelaciones y estrellas hasta más allá del horizonte.
He andado muchos caminos, abierto muchas veredas, navegado en cien mares y atracado en mil riberas de una España de charanga y pandereta, devota de Frascuelo y de María, mientras sentía “Caminante, son tus huellas el camino y nada más; Caminante, no hay camino, se hace camino al andar. Al andar se hace el camino, y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar!
He experimentado como ha llamado a mi corazón un día claro. ¡Qué difícil es cuando todo baja no bajar también!  Y:

Soñé que tú me llevabas
por una blanca vereda,
en medio del campo verde,
hacia el azul de las sierras,
hacia los montes azules,
una mañana serena.
Sentí tu mano en la mía,
tu mano de compañera,
tu voz de niña en mi oído
como una campana nueva,
como una campana virgen
de un alba de primavera.
¡Eran tu voz y tu mano,
en sueños, tan verdaderas!...
Vive, esperanza, ¡quién sabe
lo que se traga la tierra!

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