Hoy he leído esta carta al Director que se publicó en “EL MUNDO”, el viernes 24 de abril de 2015. Su lectura me ha movido a hacer lo que no hice en su momento, dedicar unas palabras a quien paso de profesor a ser héroe y ejemplo para la comunidad educativa y para la sociedad en general.
Hoy, aún
recuerdo, que cuando saltó a los medios la noticia de la trágica muerte del profesor del IES Joan
Fuster de
Barcelona, me quedé sobrecogido por motivos que omito, y me pareció que debía
escribir algo al respecto en mi blog, pero tal vez no tuve, en aquel momento,
la fuerza suficiente, tal vez mi vinculación con el mundo de la enseñanza no me
permitiría ser objetivo.
Hoy sí que
quiero señalar que con excesiva frecuencia los profesionales de la enseñanza
son agredidos, vilipendiados, insultados, ninguneados, maltratados física y verbalmente, lo que muestra que
una parte de la sociedad carece de la más elemental normas de convivencia, el
respeto a los demás, e ignora lo que en
realidad acontece en este sector laboral del que hasta los políticos han
menospreciado con sus declaraciones, dando muestras de ignorancia, porque un país se define por el apoyo y reconocimiento
que prodiga a la enseñanza y a la cultura.
Hoy, sin
ánimo de polémica, de debate, de corporativismo, de incondicional defensa de la
comunidad educativa, os dejo esta carta que firma Luis Azcárate Iriarte, desde
Pamplona.
HOMENAJE A UN PROFESOR HÉROE
Sr. Director:
Se llamaba Abel Martínez, pero eso a
casi nadie le interesa. Era, según dicen, de Lérida y tenía 35 años. Trabajaba
como profesor de Historia en un instituto de Barcelona y murió en acto de
servicio. Cayó abatido a la puerta de su aula, cuando acudía a poner orden en
un incidente escolar. Fue muerto (¿podré decir asesinado?) por un estudiante
incontrolado del que lo sabemos casi todo y por el que todo el mundo –desde
jueces a periodistas, pasando por psicólogos y políticos- está muy preocupado.
Nadie sabe nada (ni importa, al parecer) de Abel y su familia, de sus padres o
hermanos, de su novia o tal vez de sus hijos.
Era un profesor. Si hubiera sido un
militar caído en lejanas tierras, habría ido a buscar su cadáver el ministro
del ramo, se le habrían hecho honores de Estado y seguramente le habrían
condecorado con distintivo rojo o amarillo, vaya usted a saber. Pero Abel era,
simplemente, un profesor. Un profesor interino, para más inri. El primer
docente muerto en las aulas en nuestro país no se merece el oprobioso silencio,
el incomprensible ninguneo que le han dedicado los medios de comunicación. Así
que solicito desde aquí que el próximo instituto que se inaugure en España
lleve el nombre de Abel Martínez, y que se conceda al profesor leridano, a
título póstumo, la Cruz de Alfonso X el Sabio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario