El día de hoy ocho de diciembre, era un día particular, un día que me gustaba, era un día señalado en rojo en todos los almanaques, día de fiesta, España inicialmente se celebraba el Día de la Madre y en mi casa, en mi familia, esa fiesta era un tanto particular, peculiar, especial, por coincidir con el cumpleaños de mi madre.
En
los tiempos de mi niñez, recuerdo vagamente como celebrábamos aquel día de
fiesta en aquella aislada, inhóspita, estación de Piñar, cuyos alrededores
formaron parte de mis juegos infantiles, de mi conocimiento del campo, de mi
afición a los trenes y de tantos y tantos recuerdos que me vinculan y evocan al
recuerdo de mi padre.
El
día del cumpleaños de mi madre siempre ha sido un día de reunión familiar. Recuerdo
de forma particular cuando vivíamos en Piñar (Granada). Por aquel entonces, degustábamos
las rosquillas, los polvorones, el arroz con leche, los flanes que con los
escasos recursos que por aquel entonces
se disponían, mi madre y mi padre elaboraban con diligencia y dejándonos participar
como si de un juego se tratara. La casa se llenaba de vecinos y entre brindis, risas,
carcajeos, cantos y bailes pasábamos las horas de la tarde noche.
En
otras fechas, las que permanecí en el internado, el día lo pasaba inmerso en el
recuerdo de años pasados y añorando el no poder vivir en familia lo que en
otros tiempos había vivido.
Con
el tiempo, y siguiendo, como si de una tradición se tratara, esa fecha era cita
obligada a la comida en casa de mi madre donde nos reuníamos, hijos, yernos,
nueras, nietos, sobrinos y donde no faltaba la comida que tenia aquel sabor y
olor a manos de madre. Madre que alzaba su voz para programar las cercanas
fiestas de la Navidad.
Ahora, hoy, sólo me
quedan recuerdos entrañables, el recuerdo de lo vivido, un recuerdo con sabor a
nostalgia pero lleno de anécdotas felices que figuran en las fotos familiares y
en un lugar recóndito de mi memoria donde perdura todo aquello que es tan
especial en mi vida
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