miércoles, 29 de marzo de 2017

UN VIAJE

Después de un tiempo, que no sé precisar, he vuelto a volar hacia ese lugar al que tantas veces lo he hecho, Barcelona. Sin justificación alguna me encuentro algo nervioso y en este estado llego al control de entrada, me despojo de todo tal y como mandan las normas de seguridad establecidas y con las bandejas y el equipaje paso la vigilancia. Junto con otros pasajeros me arremolino en las proximidades a la puerta de embarque. Parece que a todos los viajeros que esperamos nos afecta la misma sensación de ansiedad por subir al avión,  y  acomodarnos en los asientos asignados, cuanto antes, como si fuéramos a perder el  lugar fijado.
Acomodado en la última fila y junto a la ventanilla observo como el avión se desplaza despacio hacia la pista de despegue pero se detiene y pronto observo y constato que hasta que no aterrice una avioneta, que se aproxima a la pista, no  emprenderemos el trayecto por la zona de despegue.
Nuevamente la aeronave se pone en movimiento, acelera y se eleva poco a poco permitiéndome observar con claridad todo cuanto está debajo de nosotros, las carreteras locales, los caminos rurales o de acceso a los cortijos, las barriadas jerezanas de Lomopardo y Las Pachecas, La Cartuja de Jerez, y otros conjuntos de poblaciones a los que no soy capaz de poner nombre pero que seguramente los lugareños saben identificar muy bien desde la altura a la que nos encontramos.
Súbitamente debajo de nosotros aparecen nubes blancas y densas  que se presentan a modo de capa delgada o sábana de nubes de aspecto aborregado. El pájaro metálico ruge con sonido casi ensordecedor por entre las nubes que, a  intervalos, se separan o desaparecen lo que me permite ver montañas o campos de tonalidades verdes y marrones surcados por sinuosas carreteras, caminos y veredas casi imperceptibles al igual que son confusos los núcleos de población y las viviendas aisladas.
Cae la tarde, y desde mi atalaya ya me parece haber percibido un cambio de rumbo que nos ha llevado hacia el este y, posteriormente, ir flanqueando la costa mediterránea y observar los pueblos costeros que la circundan. Empieza a apagarse el día y a encenderse la noche. Ya se divisa la gran ciudad, Barcelona y los municipios adyacentes, inmersos en una neblina grisácea que no impide ver hileras de luces que permiten identificar carreteras, avenidas, parques así como múltiples puntos de luz agrupados que indican viviendas, fábricas, edificios y todo cuanto conforman el lugar.
Aviso de aterrizaje, súbito bote brusco sobre la pista. Percibo la rápida disminución de velocidad sobre la pista y observo que los spoilers ya están en posición de frenado.
Llega el momento de desembarcar, lo hago con cierta intranquilidad e impaciencia mientras voy pensando en todo cuanto durante estos días no tendré y en aquello de bueno que estos días me van a permitir vivir.
Gracias por todo, por esa gran generosidad que distingue a quien tanto añoro cuando no estoy compartiendo el día a día con ella y siempre.

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