Una marca comercial de refrescos se atreve a
pronosticar que si la felicidad tuviese un color sería el de su marca y por eso
determina que las distintas variantes de la marca se tiñen de ese color para compartir felicidad. Para mí, este es un
planteamiento absurdo y si de colores se trata dicen los “expertos” que el
amarillo simboliza la luz del sol a la vez que representa la alegría, la
felicidad, la inteligencia y la energía.
El escritor italiano Sciascia decía que la felicidad
dura un instante, y quizá, juntando todos esos instantes de que consta la
alegría, tendremos varios días de felicidad a lo largo de la vida. Los
instantes son inolvidables, como pueden ser, la risa de un niño que aún no
habla y está solo, los dientes blancos del padre riendo cuando abre la puerta a
sus hijos o a sus nietos, la alegría de saber que llegaste bien del viaje, la
alegría de decir una buena noticia, la satisfacción de poder decir buenos días,
buenas noches y sellarlo con un beso a la persona querida, las lagrimas que
afloran después de haber conseguido llegar a alcanzar una meta. Y tantas y
tantas cosas que a lo largo de la vida producen instantes de felicidad,
instantes que se perpetuán en nuestra memoria.
Sabido es que la felicidad no es un destino, es la actitud con la
que se viaja por la vida y que es preciso, para sentirse mínimamente feliz,
saber extraer lo bueno de las cosas menos buenas.
Analizar lo que tenemos y en las pequeñas cosas cotidianas saber hallar todo
aquello que nos da estimulo en el vivir de cada día y que para unos estará en
el desarrollo de sus obligaciones y para otros está en algo que puede parecer
desmesurado, arriesgado, inverosímil, vicio, degradación…
Para todos los que lleguen a leer estas líneas, les
deseo que sean felices teniendo presente que la felicidad no dura un día, pero
no puede, ni debe haber un día sin felicidad.
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