Hoy mientras la información nacional se centraba en la crecida, la anegación y desbordamiento del rio Ebro, mi mente, me ha llevado a pensar en esas tierras lejanas, en las gentes que moran en otras tierras, e intentar elaborar —como no hago con excesiva frecuencia—uno de mis posibles escritos para mi blog.
Me da cierto pavor pensar en cómo el agua poco a
poco, pero con rauda velocidad, invade, inunda, penetra por doquier dejando la hulla del
desastre de las inundaciones, del lodo cubriendo campos, carreteras, caminos, mobiliarios,
enseres y la huella del punto alcanzado en su torrencial tropel.
Dicen los medios que esté mes de febrero ha sido el
que más ha llovido en algunos puntos en los últimos ciento cuarenta años.
Dicen los medios que la limpieza de los cauces de determinados
ríos evitaría estos desastres que obligan incluso a la evacuación de personas
que se ven abocada a una tremenda incertidumbre e impotencia ante la posible pérdida
total o parcial de sus pertenencias.
Dicen los medios que el deshielo aún puede provocar
una mayor crecida de los ríos con cauces sin limpiar porque entre unos y otros
de los responsables, “la casa sin barrer”, se pasan la pelota un año si y el
otro también.
Mientras dicen los medios estas y más cosas, en los
derredores que transito en mis mañanas de esparcimiento, las lluvias de
noviembre auguran buena sementera de los campos de trigo que como una alfombra
verde se extienden perdiéndose en la lontananza mientras que a la vera de las
carreteras, caminos y trochas los jaramagos parecen contagiar su color amarillo
a diminutas flores que advierten de la llegada de la primavera y tras de sí,
las otras estaciones, y con ellas los anunciados cambios políticos que deseamos
mejoren la situación social en la que está abocado el país por una praxis de
gobierno muy discutible.
Esperemos que esta alfombra verde, color de
esperanza, permita ver los
trigales ondularse con la brisa de abril.
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