Es
un día de los muchos del año, concretamente martes, cuando el despertador ha
roto mi sueño notificándome el nuevo día a la vez que he percibido el suave
ruido de la lluvia sobre los cristales de la ventana. Las pequeñas, pero
constantes gotas de agua durante la noche, se han ido adhiriendo al cristal,
resbalando por él, dejándolo con una suave transparencia y mojando el alfeizar.
Ha
sido al levantarme y abrir la ventana cuando he pensado, constatado, vivido y
sentido la maravillosa sensación de ver llover. Desde mi ventana he visto las
flores del patio y los arboles de la calle con sus hojas, ramas y tallos
humedecidos y he sentido ese olor característico de los días de lluvia. Las
flores, han amanecido tapizadas de gotas de agua que durante la noche
suavemente se han ido posando en los pétalos y cubriendo las corolas. He percibido
olor a tierra mojada.
El
cielo azul y las nubes blancas y esponjosas de otros amaneceres estaban
escondidos tras un manto gris, como la ceniza, que mostraba alargadas rendijas que
dejaban, por momentos, ver unas inapreciables exhalaciones de sol invernal.
Los
gorriones, libres de jaulas, revolotean y saltan de rama en rama, de árbol a árbol,
sacuden su plumaje para aliviarse el agua que soportan en sus plumas y parece que
quieren formar parte de mis sensaciones matinales, de mis incipientes
pensamientos del día mientras veo llover y constato este encuentro efímero con
la naturaleza, con este fenómeno atmosférico, de tipo acuático con el que en
los últimos días estamos viviendo casi a diario.
Cierro
la ventana y pienso en escribir lo que ha sido algo más que un simple amanecer,
algo más que un simple ver llover, algo más un nuevo día de lluvia sobre los eriales
y ejidos campos y sobre los campos donde empieza a brota el trigo.
Fuera,
en la calle, se empieza a sentir el ruido, el susurro, la barbulla del pueblo
que se despereza con la melodía que entonan las gotas de agua sobre el
empedrado de las calles.
Y la solemne calma de estas divinas horas matutinas,
se ve rota por el sonido metálico de un vehículo cuyas ruedas chapotean sobre
los charcos de la calle lo que me hace volver a la realidad de que el día
empieza, de que el pueblo se levanta, de que las farolas se apagan a pesar de
que sigue lloviendo.
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